Fecha: 08/03/2018
Fuente: El País

Los escándalos de algunas organizaciones merecen disculpas y cambios de actitud, pero nunca abandonar su radicalismo social.

Durante las últimas semanas hemos descubierto lo evidente: que las ONG y el mundo humanitario no son una excepción a la peste machista y a la violencia estructural de género que impregnan cualquier otro sector de nuestra sociedad, empezando por los de los medios y gobiernos que se han cebado con los escándalos de algunas organizaciones.

Poner fin a esta ingenuidad solo puede ser una buena noticia. El problema es que algunos podrían acabar pagando un precio desproporcionado por lo que ha ocurrido, precisamente en el momento más inconveniente.

Esta es la semana en la que dos de cada tres italianos han optado por partidos abierta o vergonzantemente xenófobos. Cuando aislacionistas identitarios de todo pelaje amenazan con rasgar las costuras de la UE desde ambos extremos geográficos. En el tiempo del negacionismo climático y los récords históricos de concentración global de la riqueza. En la crisis más grave del multilateralismo en décadas.

En este tiempo, las organizaciones como Oxfam, Amnistía Internacional, Greenpeace y algunas otras sencillamente no tienen remplazo. ¿O creen que estas batallas las van a librar ONG asistencialistas que no amenazan los privilegios de nadie? ¿U organizaciones tan dependientes de los recursos públicos que no pueden mover un dedo sin pedir permiso?

La proliferación de modelos humanitarios y activistas “hágaselo-usted-mismo” podrá haber llevado a algunos a pensar que los viejos intermediarios ya no son imprescindibles. Nada más lejos de la realidad. La batalla contra los paraísos fiscales, contra este régimen migratorio inmoral, contra las autocracias y las industrias contaminantes exige una rara combinación de factores: capacidad de investigación e influencia, astucia política, radicalismo práctico y una independencia feroz que muy pocas organizaciones internacionales pueden proporcionar.

Naturalmente, este poder les sitúa en el punto de mira de sus enemigos. ¿Por qué creen si no que oímos hablar permanentemente de los escándalos de unos y no de otros? Deben dar por hecho que van a ser atacadas y evitar incluso los fallos excepcionales que hemos visto, porque van a ser magnificados.

Lo que no pueden hacer es replegarse ante un escándalo, porque todas las razones que justificaban antes su intervención siguen ahí. Y mucho menos si consideramos la catadura de quienes han liderado los ataques más virulentos: ministros que pertenecen a uno de los partidos más corruptos de la UE; medios al servicio obsceno de una agenda política o económica; diputados tories que llevan años haciendo campaña contra la ayuda al desarrollo; o periodistas y columnistas de empresas donde los abusos laborales (sexuales y de otro tipo) están a la orden del día.

Esta batalla no la pueden ganar ellos. Oxfam y otros deben encajar el golpe, acometer con humildad y profesionalidad todas las reformas que garanticen la protección de sus trabajadoras y beneficiarias, y volver al cuadrilátero sin victimismos. Sus errores han sido aprovechados para atacarles, pero demasiados se juegan la piel con mucha menos protección de la que tienen las grandes ONG, como vemos cada día en lugares como Melilla. Al fin y al cabo, algunos miles de socios se habrán bajado del barco tras estos episodios, pero quienes les apoyamos todavía somos cientos de miles, millones. Eso debe contar algo.