Fecha: 12/05/2018
Fuente: Diario Vasco

La crisis económica ha obligado a «reestructurar» en los últimos tres años la plantilla de trabajadores remunerados en el 51% de las asociaciones sin ánimo de lucro. La solidaridad y el altruismo no saben de crisis. O, mejor dicho, saben que cuando las cosas vienen mal dadas, los primeros recortes afectan a todos esos colectivos que encuentran en las organizaciones sin ánimo de lucro, en esa enorme red de seguridad tejida por un millar de organizaciones en Gipuzkoa, y más de 3.500 en Euskadi, un sostén imprescindible para seguir adelante. Lo saben las personas mayores, los afectados por enfermedades raras que precisan apoyo e investigación continua, las minorías étnicas, las personas discapacitadas, las que se encuentran en riesgo de exclusión social o laboral o los que, en algún lugar del mundo, intentan labrarse un futuro gracias a la ayuda -económica, social o formativa- que les llega desde miles de kilómetros de distancia.

La mitad de la población vasca está vinculada con alguna entidad social. Y unas 125.000 personas, 30.974 de ellas en Gipuzkoa, dedican parte de su tiempo -algunos casi tanto como una jornada laboral ordinaria- a colaborar de manera altruista con iniciativas sociales, educativas o asistenciales… que permiten mantener en pie a buena parte de todas esas organizaciones. Ese es uno de los datos más destacados de la última radiografía tomada al Tercer Sector en Euskadi. Un conglomerado de entidades que mueven 1.451 millones de euros anuales, emplean a más de 36.000 personas -6.534 en Gipuzkoa- y donde las mujeres, a diferencia de lo que ocurre en otros ámbitos, son mayoría tanto en los órganos de gobierno como en los puestos remunerados y en el voluntariado. Una red de organizaciones, la mayoría de pequeño tamaño, que luchan por «sostener su actividad», hacer ‘más con menos’ y evitar la desmovilización social, que conlleva casi más riesgo que la siempre necesaria aportación económica.
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‘La maravillosa sensación de ser parte’ (de esa red social de seguridad) es el lema elegido para motivar y buscar este próximo lunes, en el Día del Tercer Sector, la implicación de la ciudadanía. Y para visibilizar el trabajo, impagable, de un sector «atomizado», que ha tenido que «reestructurarse» ante la pérdida de financiación, pública y privada; y que, mientras ajustaban números, veían cómo los usuarios que llamaban a su puerta se incrementaban como consecuencia de esa misma recesión.

Los datos que aporta Sareen Sarea, la red de las redes que agrupan a las organizaciones del Tercer Sector en Euskadi, hablan de una realidad, cada vez más estructurada y potenciada política e institucionalmente con «leyes, estrategias, decretos y planes»; y soportada, sobre todo tras la crisis, en el voluntariado. Gipuzkoa es el mejor ejemplo de ello. Casi la mitad de las organizaciones con sede social en este territorio, alrededor de un millar, «se sostienen exclusivamente con trabajo voluntario». Y en más del 90% de las entidades, ese personal -que puede llegar hasta varios centenares en las entidades más grandes- iguala o supera al remunerado. Estos profesionales, más de 6.500 en Gipuzkoa a tiempo completo o parcial, han visto cómo la pérdida de financiación ha reducido su espacio y obligado a «reestructurar equipos de trabajo», en algunos con recorte de plantilla. El peso del voluntariado en Gipuzkoa ha minimizado algo las consecuencias laborales de ese impacto económico, aunque el 51% de las entidades han sufrido remodelaciones (porcentaje que se eleva al 67% en la CAV).

Los datos de Gipuzkoa
1.000
organizaciones: Es el número de entidades que funcionan en Gipuzkoa. El 45% de ellas tienen sede en Donostia, y un 10,5% trabajan también en otros territorios.
240
millones: Es el volumen económico que gestionan las entidades con sede en Gipuzkoa. Supone un 1,1% del PIB del territorio. Solo el 11% gestionan entre 300.000 y 1,5 millones de euros.
30.974
voluntarios: Gipuzkoa es donde más peso relativo tienen los voluntarios, que sostienen solos el 49,2% de las organizaciones. 6.534 personas trabajan de forma remunerada
58%
de entidades trabajan con financiación pública de forma mayoritaria. En Gipuzkoa, en un 43% procede de ayuntamientos y agrupaciones. En Bizkaia, los mayores rescursos llegan del Gobierno Vasco.
52%
de mujeres: Es el porcentaje en los equipos de gobierno. Entre el personal remunerado, las mujeres suponen el 68,2%, y el 56,5% entre el voluntariado. Es un sector feminizado.
35%
social-transversal: El ámbito de actuación mayoritario es atender a colectivos en situación de vulnerabilidad. Le siguen las dedicadas a servicios sociales, cooperación al desarrollo y tiempo libre.
Pero que la crisis haya provocado menos reducción de empleo, no significa que los recortes hayan sido menores. Al contrario. Es en Gipuzkoa, con entidades más pequeñas y con menos presupuesto, donde más número de organizaciones han perdido financiación pública (55%) y privada (45%), las dos fuentes de ingresos. Las subvenciones que cada año conceden las diferentes instituciones públicas y las donaciones de empresas o ciudadanos son las principales vías para obtener recursos. Y en esto también existen diferencias según el territorio. En Gipuzkoa, donde casi un 60% de la actividad del Tercer Sector depende del dinero público, son los ayuntamientos y sus agrupaciones los que aportan el 43,9% de dichos recursos. En Álava, la fuente principal de ingresos es la Diputación foral. Y en Bizkaia, es el Gobierno Vasco. En ese territorio, es de hecho donde se sitúan las entidades con un mayor volumen de actividad y, por ende, económico. El 11,8% gestiona más de 1,5 millones de euros, mientras que en Gipuzkoa apenas un 4,1% de las organizaciones maneja esas cuantías.

Atomizado
El tejido asociativo guipuzcoano es el más atomizado y el más descentralizado de Euskadi. San Sebastián acoge el 45% de las sedes sociales, el resto están repartidas por municipios de todo el territorio. Esa dispersión parece invitar a estrechar los lazos de colaboración entre las organizaciones para visibilizar más su acción y sumar fuerzas en favor de objetivos comunes. Pero la realidad indica que todavía queda ahí camino por explorar. La relación entre las entidades en este territorio es menor que la existente en Bizkaia o Araba. Y, según apunta la propia Sareen Sare, «parece necesario impulsar mayor conciencia de pertenencia a un mismo sector», que aquí aún es «incipiente».

Por ámbitos de trabajo, las entidades englobadas en el social-transversal o cívico suponen un tercio del total. Hasta un 35% en Gipuzkoa. En ese sector, se sitúan todas las asociaciones que trabajan por colectivos desfavorecidos o en situación de vulnerabilidad (mayores, mujeres, inmigrantes, homosexuales, familias monoparentales, minorías étnicas…) y desarrollan actividades de «tipo comunitario» para ofrecer información, sensibilización o fomentar la participación social.

Otro 25% de las entidades tiene un objeto asistencial o su actividad va dirigida a proveer servicios sociales a personas con discapacidad, en situación de dependencia, exclusión o desprotección. Le siguen, en Gipuzkoa, las entidades enfocadas al tiempo libre. Y por detrás, las destinadas a la cooperación al desarrollo internacional, unas de las que más padecieron los recortes públicos.

El conjunto de la red asociativa vasca, con «gran arraigo» en todos los territorios e impulsada mayoritariamente por la propia sociedad civil, se enfrenta, tras una crisis que ha hecho incrementar las necesidades sociales, al reto de «atenderlas», de ser «capaz de acercar los recursos» de que disponen a la población con necesidades, «de reconocer sus derechos y el ejercicio efectivo de los mismos», o seguir promoviendo y articulando la participación social. Para todo ello, recuerda Sareen Sare, es preciso «sostener la actividad» en el futuro. Todas esas iniciativas y programas que promueven las 3.500 entidades. «Es el reto a corto y medio plazo».

Laura Laborra, técnica de cooperación en Médicos Mundi
«Hacen falta voluntarios jóvenes comprometidos»

Laura Laborra es una de las profesionales que trabajan de manera remunerada en el Tercer Sector. Es técnica en cooperación y la responsable de proyectos de cooperación al desarrollo en Medicus Mundi Gipuzkoa, entidad que cuenta con cinco empleadas a diferente jornada, dos cooperantes expatriadas en India y Etiopía, y una red de voluntarios, con 6 o 7 personas «muy activas» y otra treintena que colabora en actos puntuales. Conservar ese voluntariado activo es uno de los retos que se plantean a futuro, porque «es complicado que los más jóvenes se comprometan para ir por ejemplo a asambleas o se integren en las juntas directivas», que como en su caso, es donde se toman las decisiones.

Laura, que además ahora lidera la coordinadora ONGD de Gipuzkoa, incide en la importancia de mantener vínculos entre las diferentes entidades que trabajan en el mismo campo, para encarar unos problemas que «son globales», como la violencia machista.

Tras 13 años como técnica de cooperación, explica que combina el «trabajo con la militancia en una labor que me gusta, que es muy enriquecedora» y a la que nunca le faltan causas «injustas» que combatir. Y por eso, pide menos burocratización y recuerda a las instituciones aquel famoso 0,7% del Presupuesto prometido, que se quedó «en las acampadas».

Iñigo Martínez, voluntario de Adinkide
«Aprendo de ella a ver las cosas de otra manera»

Desde el pasado mes de agosto, Iñigo Martínez tiene una cita todos los lunes con Milagros. Quedan dos horas por la tarde para pasear, para merendar, y para hablar de temas que a los dos les ayudan a desconectar un poco de la rutina del día a día. Él tiene 43 años, ella va a cmplir 92 y ambos han conectado bien. «Coincidimos mucho, los dos somos curiosos, ella me cuenta sus historias y a través de ellas aprendo a ver las cosas de otra manera, a no ser tan duro conmigo mismo», cuenta Iñigo. Esa es su recompensa. Lo que le motiva para continuar con la experiencia de voluntario que inició hace menos de un año, y que ya le ha enganchado.

«Quería ayudar en algo», dice, y «tenía claro» que quería una labor relacionada con personas mayores, porque «siempre he estado rodeado de ellas y me he llevado muy bien». Se asesoró en Gizalde, y recaló en una asociación recién creada que acompaña a personas mayores, Adinkide. «Soy el socio número dos», constata.

Él es uno de la veintena de voluntarios, la mayoría mujeres como en casi todas las organizaciones, en los que se sostiene la actividad de esta asociación que ofrece acompañamiento en residencias, o a domicilio. Su fin último: combatir la soledad. Ese mal endémico que apaga la vitalidad de un colectivo, el de las personas más mayores, cada vez más amplio.

Jon Cencillo, presidente voluntario de DYA Gipuzkoa
«La ayuda, económica y de voluntarios, nunca sobra»

La amona de Jon es la responsable de que él forme parte, y destacada, en una de las organizaciones que más voluntarios mueven de Gipuzkoa: unos 500. «Ella era socia colaboradora, y cuando murió», él se quedó con la responsabilidad de seguir realizando esa aportación. No solo eso, «hice el cursillo de primeros auxilios, empecé de voluntario en el servicio de rescate de montaña, que es lo mío; luego me lié con los vehículos llevando el parque móvil…» y, ahora, con 27 años, ha tomado junto a otros cuatro jóvenes los mandos de DYA Gipuzkoa.

Jon es el presidente voluntario de la entidad, y a diario, después o antes, «según el turno», de trabajar en una fundición, dedica varias horas a una labor que cada vez se vuelca más en la atención sociosanitaria con personas mayores; pero que también incide en la formación en primeros auxilios en colegios o está a pie de carretera cada vez que hay inundaciones o nevadas como la de principios de año. Jon estuvo «de seis de la tarde a 6.30 de la mañana» junto a sus compañeros atendiendo a los conductores atrapados en Etzegarate. «Y ver su agradecimiento, te carga las pilas», asegura. Su vocación es que esta labor continúe gracias a convenios con entidades y, «sobre todo, a las donaciones particulares, que han sufrido un bajón porque son de gente mayor». Ahí tienen un reto. «La ayuda, personal y económica, nunca es excesiva».

Itziar González, presidenta voluntaria de Begisare
«Es un no parar, pero me siento útil; es gratificante»

En los diez años que Itziar González lleva guiando Begisare para visibilizar a las personas que, como ella, padecen retinosis pigmentaria ha metido más horas diarias que cuando trabajaba en una empresa, antes de tener la incapacidad. «Es un no parar», dice. Y aunque no cobra nada por la labor de administración, promoción de campañas, proyectos, contacto con instituciones, organización de actos… que realiza, «la gratificación» es inmensa. «Me siento útil, y encima es por una causa que también me afecta en primera persona. Porque a muchos no se nos nota la enfermedad, pero nuestra falta de visión provoca que nos choquemos, que no saludemos por la calle… Y eso genera un problema de incomprensión». Itziar incide en la labor de sensibilización que realiza su «pequeña empresa familiar», que cuenta con 15 voluntarios fijos y una red de colaboradores que les ayudan en los eventos más relevantes, como el que saca a la Legión 501 de la Guerra de las Galaxias para que la ciudadanía se «ponga en la piel» de su ‘lado oscuro’.

La incertidumbre económica que conlleva depender de las subvenciones públicas les condiciona. Y por eso, han preferido «no contraer gastos estructurales con personal remunerado» y destinar todos los fondos a campañas como ‘Tengo baja visión’, la chapa que luce Itziar y que «me hace la vida más sencilla».