Data: 10/10/2018
Iturria : El Mundo

«Durante los años en los que estudiaba Ciencias Políticas en la Facultad, al leer la historia de los pueblos, y de cómo siempre pierde la misma gente, pensé que quería contribuir a que las cosas fueran a mejor», cuenta Francesa Petriliggieri, coordinadora de inclusión social en Cáritas Española. Ella es una de las 700.000 personas que desempeñan su labor en las 30.000 ONG que componen el llamado tercer sector en nuestro país. Profesionales que velan por mejorar las condiciones de vida de las personas de su entorno en riesgo de exclusión; que luchan por corregir injusticias en programas nacionales; que militan en organizaciones de defensa del medioambiente; o que vuelcan sus energías en proyectos de cooperación al desarrollo o en catástrofes y epidemias. Según datos del Estudio del Tercer Sector de Acción Social 2015 de la Plataforma de ONG, en torno a un 5% del total de la población activa trabaja en el tercer sector. Y un dato llamativo: el 78% son mujeres… y cada vez más jóvenes. «Es un trabajo de vocación, para trabajar aquí hay que dar algo, aportar algo más que conocimientos, hay que tener voluntad, compromiso social y ganas de implicarte personalmente, volcarte y poner una gran parte emocional», cuenta Francisco Moratalla, consultor de agua, saneamiento y promoción de higiene en Guinea-Bissau. «En esto no puedes estar emocionalmente ajeno, como cuando trabajas en un bar sirviendo cafés».Elena Linarejos, portavoz de la Fundación Hazlo Posible, cree que estos puestos están muy relacionados con las expectativas de las nuevas generaciones: «Los millennials [nacidos desde mediados de los años 80] quieren sentirse comprometidos, y estos empleos del tercer sector se ajustan a este requerimiento». La mayoría de los profesionales recorre itinerarios parecidos. Suelen realizar un grado más, una especialización en el área a la que han decidido dirigirse: un máster en cooperación al desarrollo, un curso de especialización en agua, saneamiento e higiene, un curso de experto en inmigración e interculturalidad… Hay decenas de opciones disponibles y en áreas muy diversas. «Suele ser gente de perfil técnico que acaba interesándose por la cooperación y se incorpora al sector con un posgrado», apunta Moratalla.
QUIEN SE METE EN EL SECTOR HUMANITARIO ES DIFÍCIL QUE LO ABANDONE; LOS RESULTADOS SON MUY GRATIFICANTES
Alicia García, portavoz de Acción contra el Hambre

En España, según los datos del estudio ya mencionado, el 71,6 % de los empleados en el tercer sector posee estudios universitarios (42 puntos por encima de la media en España). A la hora de buscar una mayor empleabilidad es conveniente tener en cuenta que el 82% de las entidades de este ámbito profesional se dedican principalmente a los campos de acción social, integración e inserción; atención socio-sanitaria y vivienda. Este último ha crecido de manera considerable en los años de crisis económica por el boom de los desahucios. La formación de los profesionales que trabajan en cooperación internacional es muy variada. «Las necesidades de desarrollo están en todos los campos», explica Esther Corral, asesora de ONU Medio Ambiente. «Veo muy necesaria la especialización. El enfoque laboral de las enseñanzas en la Universidad española está orientado hacia la empresa privada, e incluso las carreras más sociales se encaminan hacia otro tipo de especializaciones. Y lo cierto es que hay que estudiar más para procurar ser lo más autocrítico posible con las intervenciones que se hacen sobre el terreno, saber que realmente puedes marcar una diferencia», añade. Si las miras profesionales apuntan hacia el ámbito internacional es imprescindible el dominio de inglés y francés, también se valoran mucho otros idiomas como el portugués, el árabe o el turco. «Inglés y francés son fundamentales para nosotros -explica la portavoz de Acción contra el Hambre Alicia García- pero también valoramos mucho soft skills como la capacidad para gestionar el estrés, el análisis de problemas, la resolución de conflictos». Las condiciones de trabajo de esta ONG son muy duras y, por tanto, hay competencias difíciles de cuantificar que, sin embargo, son las principales garantías del éxito de los proyectos. «Tienen que tener disposición para adaptarse a otras culturas y mucha resistencia, a veces van a ver cosas muy duras y tienen que saber gestionarlo bien», advierte García. Y no solo en cooperación internacional se tiene en cuenta ese algo más: ese valor intangible es común a toda la acción social. Lorena Gallego, abogada especialista en derecho migratorio y protección internacional, cree que hay que tener mucha conciencia social y ganas de hacer cosas. «Los principios se valoran más que los títulos», asegura. «En las entrevistas de trabajo he visto cómo se hacía especial hincapié en mis motivaciones y me preguntaban insistentemente si no me importaba no ganar 3.000 euros al mes». Desde luego, la oferta salarial no parece uno de los principales alicientes a la hora de decantarse por el tercer sector. Salvo que trabajes en la ONU o en Cruz Roja, no lo haces por el sueldo. Las nóminas de prácticamente todas estas organizaciones no suelen ser como para tirar cohetes, a pesar de la alta cualificación de los empleados.

Esther Corral es licenciada en Ingeniería Química por la Universidad Politécnica de Madrid, trabaja actualmente como asesora del Prograna de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) en Brasil.
«Es un sector en el que los salarios y la estabilidad laboral no son lo buenos que podrían ser», plantea Francesca Petriliggieri. «En parte, por la financiación, porque muchas organizaciones están sujetas a organizaciones externas. No es mi caso, yo soy muy afortunada y llevo ocho años en el mismo sitio, pero pasa».Y sin embargo, se trata de empleos que enganchan, pese al sueldo y pese a que ayudar a los demás es duro, puede frustrar, desesperar, quemar… Quien lo prueba, no suele marcharse. «No veo que la gente se pase a la empresa privada, al revés, veo gente de empresa que se pasa a lo social», apunta Gallego. «Quien se mete en el sector humanitario es difícil que lo abandone; es un trabajo muy bonito en el que los resultados son muy gratificantes», coincide Alicia García. En cooperación internacional las condiciones se endurecen mucho más. No sólo hay que salir fuera de casa, sino que también hay que adaptarse al nuevo entorno. «Nosotros tratamos de acompañar a esa gente que va a ver cosas muy duras: epidemias, desnutrición, refugiados… Queremos estar con ellos incluso a la vuelta para que lo digieran de la mejor manera posible», apunta la portavoz de Acción Contra el Hambre.Es el caso de Francisco Moratalla: «Yo quería seguir trabajando en cooperación, pero la verdad es que después de tantos años quería ya vivir en España», comenta este consultor especializado en agua, saneamiento y promoción de higiene.¿Y cómo influye en las condiciones de trabajo en este tercer sector la extensión del voluntariado? Trabajar gratis para ayudar a los demás parece algo encomiable, ¿pero perjudica a quienes quieren cobrar por ese mismo trabajo? Según los expertos consultados, la grandeza del voluntariado es incalculable, pero corre el peligro de ser mal utilizada para pisar los límites del trabajo remunerado. «Los voluntarios nos dicen que lo hacen por una causa social, pero también para aprender cosas nuevas», explica Amate, directora de la Plataforma del Voluntariado de España.
LOS PRINCIPIOS SE VALORAN MÁS QUE LOS TÍTULOS. NO VEO QUE LA GENTE SE PASE A LA EMPRESA PRIVADA, AL REVÉS, VEO GENTE DE EMPRESA QUE SE PASA A LO SOCIAL
Lorena Gallego, abogada especialista en derecho migratorio

La ley de 2015 que regula esta figura «impide que la acción voluntaria organizada sea causa justificativa de la extinción de contratos de trabajo». Sin embargo, la línea es difusa y las malas prácticas existen, aunque los profesionales reconocen que no es un problema muy extendido. La organización que dirige Amate lucha contra esta realidad, y a veces rechazan ofertas de voluntariado que claramente deberían ser laborales. La propia Amate cree «que más que unas normas estándar, rígidas, que delimiten qué puede ser un voluntariado y qué no, necesitamos hacer una reflexión ética». A su juicio, «sería posible un modelo en el que todas las actividades fueran remuneradas», pero duda de que realmente queramos «una sociedad en la que todo se haga a cambio de dinero». Y el conflicto es doble, según Moratalla. «También nos debe preocupar el problema para el destino cuando llevas gente que no está cualificada», alerta. «Si te estás metiendo en la cocina de otra casa y desordenando las cosas, deber tener más cuidado con lo que vas a hacer». En Naciones Unidas las líneas son más que difusas. Allí existen dos figuras: los voluntarios, a los que sí que se paga el viaje y un pequeño estipendio; y los interns, becarios a los que no se abona nada, ni siquiera los viajes. «Yo he sido voluntaria internacional haciendo las mismas tareas de la persona a la que sustituía y cobrando cuatro veces menos», relata esta asesora de ONU Medio Ambiente. Por otro lado los interns no tienen mejor suerte: «Les pedíamos que tuvieran estudios acabados, un máster, inglés básico, más el idioma del país, o algún otro que nos interesara, además de un seguro de salud, y horario de oficina. Me parece salvaje». Que el voluntariado es un campo de pruebas para mucha gente que quiere trabajar en este sector lo corrobora Petriliggieri, que hizo uno en Cáritas antes de terminar la carrera. «Fue mi primer acercamiento a la realidad, al contacto con las personas, y me permitió ver desde dentro cómo trabaja un centro de acogida», recuerda. «Vi que había tanto por hacer que pensé que ése era mi sitio».